domingo, 1 de marzo de 2009

ADICTOS


Siempre reflexiono en el límite, ni cinco milímetros antes ni cinco milímetros después. Reflexionar antes de la caída es apasionante y absurdo. Tambaleándote antes de precipitarte al vacío, se te pasan mil cosas por la cabeza, pero caer, caes y la hostia te la metes seguro. Me pregunto por qué no podré pensar ciertas cosas antes de estar en ese punto de no retorno y por qué viendo la inminente caída no me paro varios metros antes y me doy media vuelta a un lugar seguro y aséptico. Soy incapaz. La curiosidad es una virtud y un peligro, debí de aprenderlo la penúltima vez que me vi a mi misma mirando este abismo. Aprender de los errores, no tropezar dos veces con la misma piedra, bla, bla, bla, cuando uno es adicto a la adrenalina no hay lección posible que te haga renunciar a la maravillosa sensación de un chute de vida a lo bestia. ¿Vivir es sufrir?, rotundamente no, pero es una consecuencia inevitable para los que habitamos en los alféizares de las ventanas. Un par de cicatrices me recuerdan el dolor que se siente al exponerse demasiado, pero sigo caminando. Me río de las buenas intenciones, en el "juro que jamás volveré" y en el "esto no me vuelve a pasar"...en el suelo, con el cuerpo medio resquebrajado todo se llena de promesas muy poco realistas. A lo lejos entre las montañas se escucha el eco de una voz: Te lo dije. Siempre hay alguien que te lo dice, que te advierte, que te ha visto caer una y otra vez y que a su vez a caído una y mil veces. En ocasiones eres tú el que se lo dices a otros, sin embargo, seguimos jugando y seguimos cayendo.
Bajo mis pies observo una pradera verde y maravillosa, la suave brisa acaricia mi cuerpo, siento el vértigo, pero no me importa demasiado, dejo de reflexionar y salto. Todo lo que venga después lo desconozco, puede que en esta ocasión sea diferente, lo que sé y tengo claro es que si no me tiro nunca lo podré saber.

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