El viaje a ninguna parte acaba de comenzar.
Tras mi pequeña incursión en el mundo de la fotografía, volvimos al ya conocido plató. Las caras que allí me encuentro no siempre son amables, supongo que no soy santo de la devoción de aquellas que compraron sueños, sin mirar antes el precio. El polígono Marconi me alucina, intento pensar en ese momento en el que un sitio tan jodido e inhóspito se convierte en tantas cosas diferentes. Deambulando entre tanta incoherencia geográfica, chicas en pelotas, desnudas de alma y pensamiento para pasear sus cuerpos entre la mugre del contexto. Un camionero acaba de pararse ante un pequeño grupo de subsaharianas de no más de 18 años. Me fijo en la escena, las personas, digan lo que digan, somos básicamente morbosas. Sigo conduciendo y miro fijamente a las chicas que quedaron tras la parada de mi antecesor automovilístico. Las sonrío y ellas me responden con una ternura que me estrangula el corazón. No puedo evitar seguir mirando, Echi interrumpe mi mórbida enajenación con el planteamiento de una preocupación común. Medito sobre una escena relativamente reciente, siento un pequeño escalofrío al recordar la imagen, me doy cuenta de la fragilidad de las cosas, más aún si cabe.
De vuelta al barrio divago sobre muchas cosas, entre ellas, lo poco que queda para el rodaje de mi corto, un mes para ser exactos. Pienso en el camino complicado que me toca recorrer en los próximos días y me agobia la idea de no estar a la altura de las circunstancias que me impongo de forma compulsiva y psicópata. Me falta un foquista. La boda de Pati me atormenta también, no se en qué momento me va a dar tiempo a preparar todo. Consigo aparcar relativamente pronto y me planteo un anochecer íntimo, obviando los compromisos con la otra parte del atlántico. Me siento un poco culpable, pero no lo suficiente, no me encuentro tan sexualmente activa esta tarde. La voz de Ángel me saca del ensimismamiento y cedo a un zumo de tomate. Ángel es el culpable del oasis creado en el portal de al lado. Lugar excepcionalmente normal que contrasta con el entrono zafio y destructor de los garitos de este lado de la calle. 2046 se va a convertir en un referente en mi vida cotidiana, lo sé y me gusta la idea. Aparecen varias mujeres interesantes, que provocan multitud de conversaciones, todas ellas inteligentes. Me doy cuenta de que es tarde y decido abandonar ese oasis, para trasladarme al mío particular cuatro pisos más arriba.
En mi ordenador veo fotos y me trasladan a un día muy concreto, un día de pérdida, de tristeza, de enfado. De repente no estoy tan convencida de ciertas cosas y dudo si es buena idea lanzarme a ciertos sitios.
Hoy voy a encontrarme con parte del pasado que perdura en el tiempo muchos años después, y se convierte en presente y futuro. Nos remontamos a casi 10 años atrás, un tercio de mi vidita.
El equipo de mi corto se va consolidando, los sueños empiezan a hacerse realidades.
Estoy viendo cortos, os dejo con uno en concreto. “Diez Minutos” ganó un Goya. Director: Alberto Ruíz Rojo. Director de Fotografía: Jesús Haro. Jesús será el dire de foto de mi corto. Indudablemente soy una tipa muy afortunada.
http://video.google.es/videoplay?docid=-4972308823111110982
Hoy se lo dedico a aquellas princesas que se desprenden de almas y pensamiento en busca de sueños que probablemente nunca se conviertan en realidades.
Tras mi pequeña incursión en el mundo de la fotografía, volvimos al ya conocido plató. Las caras que allí me encuentro no siempre son amables, supongo que no soy santo de la devoción de aquellas que compraron sueños, sin mirar antes el precio. El polígono Marconi me alucina, intento pensar en ese momento en el que un sitio tan jodido e inhóspito se convierte en tantas cosas diferentes. Deambulando entre tanta incoherencia geográfica, chicas en pelotas, desnudas de alma y pensamiento para pasear sus cuerpos entre la mugre del contexto. Un camionero acaba de pararse ante un pequeño grupo de subsaharianas de no más de 18 años. Me fijo en la escena, las personas, digan lo que digan, somos básicamente morbosas. Sigo conduciendo y miro fijamente a las chicas que quedaron tras la parada de mi antecesor automovilístico. Las sonrío y ellas me responden con una ternura que me estrangula el corazón. No puedo evitar seguir mirando, Echi interrumpe mi mórbida enajenación con el planteamiento de una preocupación común. Medito sobre una escena relativamente reciente, siento un pequeño escalofrío al recordar la imagen, me doy cuenta de la fragilidad de las cosas, más aún si cabe.
De vuelta al barrio divago sobre muchas cosas, entre ellas, lo poco que queda para el rodaje de mi corto, un mes para ser exactos. Pienso en el camino complicado que me toca recorrer en los próximos días y me agobia la idea de no estar a la altura de las circunstancias que me impongo de forma compulsiva y psicópata. Me falta un foquista. La boda de Pati me atormenta también, no se en qué momento me va a dar tiempo a preparar todo. Consigo aparcar relativamente pronto y me planteo un anochecer íntimo, obviando los compromisos con la otra parte del atlántico. Me siento un poco culpable, pero no lo suficiente, no me encuentro tan sexualmente activa esta tarde. La voz de Ángel me saca del ensimismamiento y cedo a un zumo de tomate. Ángel es el culpable del oasis creado en el portal de al lado. Lugar excepcionalmente normal que contrasta con el entrono zafio y destructor de los garitos de este lado de la calle. 2046 se va a convertir en un referente en mi vida cotidiana, lo sé y me gusta la idea. Aparecen varias mujeres interesantes, que provocan multitud de conversaciones, todas ellas inteligentes. Me doy cuenta de que es tarde y decido abandonar ese oasis, para trasladarme al mío particular cuatro pisos más arriba.
En mi ordenador veo fotos y me trasladan a un día muy concreto, un día de pérdida, de tristeza, de enfado. De repente no estoy tan convencida de ciertas cosas y dudo si es buena idea lanzarme a ciertos sitios.
Hoy voy a encontrarme con parte del pasado que perdura en el tiempo muchos años después, y se convierte en presente y futuro. Nos remontamos a casi 10 años atrás, un tercio de mi vidita.
El equipo de mi corto se va consolidando, los sueños empiezan a hacerse realidades.
Estoy viendo cortos, os dejo con uno en concreto. “Diez Minutos” ganó un Goya. Director: Alberto Ruíz Rojo. Director de Fotografía: Jesús Haro. Jesús será el dire de foto de mi corto. Indudablemente soy una tipa muy afortunada.
http://video.google.es/videoplay?docid=-4972308823111110982
Hoy se lo dedico a aquellas princesas que se desprenden de almas y pensamiento en busca de sueños que probablemente nunca se conviertan en realidades.
Un beso desde este lugar del mundo tan meditabundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario