domingo, 13 de julio de 2008

AMOR


El destino es algo que me gusta, reincidiendo pues en él, esta pequeña historia.

El viaje de vuelta de Valencia, fue un viaje infernal. Con el pecho morado y la decepción en la maleta, volví una vez más a la fría calidez de mi apartamento de la calle Campoamor. Con la libertad como estrella invitada, me sumergí en unos meses de trabajo agotador y satisfacciones intermitentes.
Una noche, tras una fiesta muy cinematográfica conocí a la persona que marcaría, de alguna manera, mi destino de los meses siguientes. Tras un par de episodios bastante lamentables de desconexión emocional, llegó el día en cuestión.
Ese sábado, Pati, me invitó a una comida con sus antiguos compañeros del diario As. No es que me pareciera el mejor plan del mundo, pero me venía bien dispersarme un poco y, para variar, dejar de trabajar un fin de semana. La comida fue estupenda, igual que las miles de copas que nos tomamos después.
Tras las mil copas post comilona, propuse a los supervivientes que nos fuéramos a visitar a mi colega Marian y nos tomaramos unos mojitos en el local donde trabajaba. Entre los antiguos compañeros de Pati, estaba, por suerte, mi desconexión emocional. No es que me planteara, en ningún momento, que mi chico "desconexión" se podría convertir en algo más, pero
mil mojitos después, mi conocido de la noche cinematográfica, tuvo un par de detalles bastante desagradables, y benditos fueron, porque si no, creo que no nos habríamos encontrado.
Cabreada y borracha, me acordé que ese día abrían el garaje, un local inmundo en la plaza de los Mostenses que los últimos sábados de cada mes pinchan una música acojonante, y me acordé, que mis colegas iban a ir.
Lanzada a las calles con mi pedo descomunal, llamé a Marta y a Miguel, para que me rescataran de una noche que se volvía, cada vez, más terrible. Les llamé infinitas veces, pero no me cogían, entonces recordé que, antes de ir al garaje, tenían un cumpleaños en la plaza del Conde Suchil. No sabía exactamente donde era el cumpleaños, pero mientras vagaba borracha por las calles de Madrid, seguí llamándoles, pensando que en algún momento oirían mi grito de auxilio. Un tiempo después, no lo recuerdo bien, vino a mi cabeza un amigo de Marta y de Miguel, Cosme, joder Cosme, menudo tipo, Marta y Miguel me habían contado mil historias de él. Era un tío, realmente peculiar, uno de esos que no se te olvidan. No es que hubiera coincidido muchas veces con él, pero las veces que sí, siempre me pareció un tío estupendo.
Cuando Marta y Miguel me contaban cosas sobre su vida, en cierta manera, me recordaba bastante a mí, era un tío muy independiente, de esos que nos les da miedo hacer lo que le sale de las pelotas. Mientras me acordaba de él, me vino a la cabeza un día en particular. Una noche que acabamos Marta, Oli y yo, en un bar bastante jodido de la calle Hernán Cortés, "El Hernán Cortés", un local de decoración pseudohawaiana frecuentado por personajes bastante peculiares. Cuando entramos en el Hernán Cortés, allí estaba él, Cosme, con varios colegas. Con Cosme siempre tuve una sensación bastante extraña de proximidad, era como si le conociera de toda la vida, supongo que influía que Marta y Miguel me habían contado muchas cosas de él y, sin querer, eso me hacía sentirle cercano. Me alegré de verle. Varias copas después, un par de bailes con un medicucho bastante arrogante y el espectáculo excepcional de un antiguo cantante brasileño, recuerdo que me acerqué a Cosme y le dije que me caía realmente bien, le dí un beso en la boca y le dije, " Algún día estaremos juntos", en este punto, debo de decir que creo que lo dije en voz alta pero, en fin, puede que no, lo que se es que lo pensé.
Bueno, después de este inciso, importante, seguimos con la historia. Vagando por las calles borracha, me acordé de Cosme, también recordé que Marta y Miguel me habían comentado que Cosme estaría en Conde Suchil, miré mi móvil y Zás! allí estaba su número. Marqué sin ninguna esperanza de que me oyera, pero sí, allí estaba él, el salvador de mi noche. Me cogí un taxi y me fui hasta donde él me indicó, cuando salí del taxi, allí estaba él, esperando a recoger mis escombros alcohólicos y vagabundos. De repente, algo extraño pasó, y le ví, le ví de una forma como nunca le había visto, no se si fue el alcohol, el cristal o todo lo demás, pero allí estaba yo, mirando a Cosme como si nunca le hubiera visto.
Cuando entramos en el local de Suchil, una sensación de tranquilidad transformó mi noche de terrible a maravillosa, allí estaban Marta y Miguel, que genial es cuando estás con tus amigos, a salvo. Un par de copas después y con el aturdimiento de ver a Cosme tan increíble, decidí decírselo, decirle lo guapo y estupendo que le veía. No es que antes no le viera un tío guapetón, pero nunca estuvo en mi canon de belleza, aunque esas cosas, como veréis, son una auténtica gilipollez.
No se exactamente como pasó, pero pasó y cuando estaba en el garaje a su lado, solo pensaba en las ganas que tenía de darle un beso, de abrazarle, joder que rara me sentía. Y así fue, me subí a un escalón, le abracé y le di un beso, y dos, tres, mil. Marta y Miguel estaban alucinados, de hecho, me pegaron varias veces en el brazo, porque pensaban que estaba borracha y no sabía lo que hacía, qué equivocados estaban, no solo sabía lo que hacía, sino que además fue lo mejor que he hecho en mi vida, con diferencia.
Entonces me acordé del Hernán Cortés, de él, del brasileño y de la frase que le dije, que me dije.
Y es que hay cosas, que sencillamente, tienen que pasar.
Quedamos varias veces, todas de una forma bastante despegada, yo salía de una relación bastante jodida y Cosme, bueno Cosme, es Cosme, independiente y a su bola. Pero algo pasó, de repente, quería verle más y más y cuando no estaba le echaba de menos, fue sin darme cuenta.
Al principio quedábamos y hablábamos, hablábamos y bebíamos durante horas, nos moríamos de la risa, era estupendo. No era como una relación seria, pero allí estábamos, de alguna forma, sin darnos mucha cuenta, estábamos juntos.
Un par de meses después, no se muy bien porqué, o sí, las cosas empezaron a torcerse y nos metimos en un juego muy raro, un juego raro y dañino.
Varios meses de estratégias estúpidas, y bastantes cagadas por mi parte y por la suya, recuerdo que tuvimos una conversación; fue tras un viaje a Barcelona, en el que yo, para variar la jodí profundamente. La verdad es que estaba cagada de miedo, le veía tan cerca que me asusté y decidí que lo mejor era huir, y es que a veces el cerebro humano hace unas gilipolleces alucinantes. A lo que iba, volví de Barcelona y tuvimos una conversación, y fue en ese preciso momento, cuando me di cuenta que le quería, en el momento que, quizá, le empecé a perder para siempre. Y es que ,ya, era demasiado tarde. En los meses siguientes, consciente de todo, creí que quizá no era demasiado tarde, que ciertamente, le había hecho pasar cosas muy jodidas, pero también pensé que podría perdonarme. Es verdad, que yo nunca le mentí de mi situación, desde el principio, le conté donde estaba y lo que me sucedía, realmente, le contaba todo, a lo mejor ese fue mi error.
Los dos éramos conscientes que no era fácil, que muchas cosas malas habían pasado, pero creo que nos queríamos por encima de ellas. Cuando algo malo pasaba e intentábamos separarnos, no nos compensaba, era mejor olvidar las cosas chungas que dejar de vernos.
Pero yo soy como soy y sin mala intención, a veces hacía daño a Cosme con mi forma de ser. Nunca fue intencionado, es más, creo que las cosas que nos pasaron al principio, nos perseguían y hacían que cosas normales se volvieran episodios terribles. Él veía cosas, donde no las había, tampoco le culpo, no culpo a nadie.
Y así pasó, el nunca entendió que le quería de verdad.
Se que nadie daba un duro por nosotros, supongo que todos tenían razón, supongo que como espectadores veían clara la realidad.
A veces pienso en qué hubiera pasado si esa tarde no me hubiera enfadado y largado del garito de Marian, y se me estruja el corazón al pensar lo frágil que es la realidad y pienso en el destino, ese destino que me hizo salir a la calle y llamarle y me siento afortunada, porque gracias al tipo que me hizo cabrearme, yo pude dar un paso adelante y darme cuenta, que podía querer una vez más. Y aunque se que con Cosme no será posible, no puedo dejar de sentirme afortunada, no me importa decirlo, porque en el fondo, es maravilloso.

Gracias Víctor, porque tu cagada me hizo encontrar el camino. ¿Quién dijo que una cagada no podía ser tan maravillosa?

Para aquel que ocupó mis sueños.

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